Val Kilmer es un actor con una prolífica carrera en Hollywood, especialmente exitosa en la década de los 90, donde representó roles tan icónicos como Jim Morrison y Batman. Su primera película fue Top Secret! y sigue actuando hasta el día de hoy.

Su actuación en The Doors, con Oliver Stone, lo convirtió en una imagen que quedó en la memoria colectiva por siempre (como el rostro del verdadero cantante). También fue antihéroe en películas como Top Gun de Tony Scott, donde era el enemigo natural de Tom Cruise, Iceman, otro nombre que ha seguido a Kilmer por décadas en la memoria del público.

Yo lo descubrí en Willow, una película de fantasía dirigida por Ron Howard, muy por el estilo de La historia sin fin y Laberinto, donde hacía un equipo inesperado con una misión épica (como pasa también en El señor de los anillos). Ahí fue donde comenzó el romance de Joanne Whalley, su única esposa y madre de sus hijos.

Después de hacer Batman Forever (sí, esa muy mala de Joel Schumacher), filmó Heat (una joya donde compartió créditos con Robert de Niro y Al Pacino), The Saint y Tomstone, tres de sus más valorados roles como actor.

En el documental “Val”, Kilmer tiene 61 años y hace un viaje a través de su vida entera, motivado por un importante quiebre: el cáncer de garganta que sufrió hace unos años y las secuelas que, afirma, lo hicieron perder la voz.

Lo que no cuenta ahí, fue que demoró un poco en tratar con medicina su cáncer debido a su religión (ciencia cristiana) y que finalmente lo hizo impulsado por sus hijos.

De hecho, ocultó mucho tiempo la enfermedad, incluso la negó, por eso me llama aún más la atención el crudo retrato que decide mostrar, incluso en momentos de mucha decadencia. “Yo se que no me veo bien…”, dice en un momento con el sonido que la traqueotomía le permite emitir.

“Ahora que es más difícil hablar, quiero contar mi historia más que nunca”, dice en otra parte de la película. Es su hijo Jack quien se hace cargo, bellamente, de gran parte de la narración en primera persona.

Existen muchas formas de documentar, quizás por eso es tan fascinante el formato, casi infinito.

En este caso, el material del que dispone el autor es de una riqueza impresionante. Porque, no solo hay archivos de backstage o escenas de películas, hay muchos, pero muchos videos familiares, porque Val y sus hermanos tuvieron cámara de video y hacían películas desde que eran niños. La calidez que entregan esos registros es imposible de recrear, lo mismo que las distintas texturas de cada escena en sus distintos tiempos.

Me conmueve (y comparto) su afán por registrar cada momento y me asombra la cantidad de material que ha recopilado y que ahora puede usar para crear una obra y contar su vida. Lo hace con un guion emotivo pero también muy ágil y rico en paisajes, formatos y memorabilia.

La parte gráfica también es muy linda, hay muchos collages hechos por él mismo, un trabajo con la tipografía y una especie de portadilla para cada “capítulo” o fase a la que se refiere.

La música también está muy bien tratada. Incluso hay una versión de la canción Where Is My Mind?, de Pixies que funciona perfecto, junto a una musicalización incidental emotiva (pero no melodramática) y cálida.

Por supuesto que Val Kilmer nos cuenta su propia versión, a fin de cuentas es un documental de Val Kilmer filmador por Val Kilmer, y si una busca se va a encontrar con historias que acá pasan coladas y que no lo favorecen.

También puede ser tomada como una obra de egocentrismo sin límites, pero a mí me pasa que más que quedarme con la idea de que él sea un santo o un mártir, un genio o un narcisista, pienso en lo bacán que sería que todos tuviéramos la oportunidad de hacer el mejor resumen de nuestra vida, de contar nuestra mejor versión y poder echar mano a esta cantidad de material para mostrarla de una manera hermosa, quizás sólo para contemplarlo alguna vez.

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